El síndrome de Treacher Collins o de Franceschetti-Zwahlen-Klein, conocido también con el nombre de disostosis mandibulofacial es una enfermedad genética rara que provoca deformidades y anomalías en la cara. Se puede adquirir en la fase de desarrollo embrionario o ser una condición hereditaria. Se estima que afecta a 1 niño de cada 50.000. La patología toma el nombre del cirujano y oftalmólogo inglés Edward Treacher Collins que en 1900 describió por primera vez este transtorno.
Las principales causas de la enfermedad se pueden atribuir a la mutación de algunos genes que componen el ADN, conocidos con las siglas TCOF1, POLR1C y POLR1D. Estos genes residen, respectivamente, en los cromosomas 5, 6 y 13 y, en ausencia de mutaciones, producen una proteína fundamental para el correcto desarrollo de los huesos y de los tejidos blandos de la cara.
Las causas de esta anomalía se deben a una mutación de tipo hereditario, transmitida por los progenitores, o a una mutación adquirida a lo largo del desarrollo embrionario. Estadísticamente, es más habitual el segundo caso (esto es, aquellos en que el feto sufre el síndrome por una mutación adquirida durante la embriogénesis) con una relación de 60% frente al 40% de los casos que se deben a una mutación hereditaria.
En especial, en lo que se refiere a la cara, el síndrome provoca:
En el 77% de los casos, el síndrome comporta anomalías del oído externo, como la ausencia o el desarrollo incompleto de los pabellones auriculares. En concreto, en el 36% de estos casos, las anomalías del oído externo determinan un desarrollo insuficiente (microtia) o el estrechamiento (estenosis) de los canales auditivos externos.
En el 40-50% de los casos, el síndrome es causa de hipoacusia transmisiva, que provoca pérdida o reducción auditiva, debido a las alteraciones de la cadena de los huesecillos y a un desarrollo incompleto del oído medio; sin embargo, en este caso, las partes del oído interno tienden a preservarse.
En los casos graves, el síndrome puede llegar a provocar:
Incluso, en los casos más graves, el paciente debe afrontar otras consecuencias, como déficits respiratorios y de masticación, causados por la anomalía de pómulos, mandíbula, mentón y dientes, problemas auditivos debidos a un desarrollo anómalo o a una falta de desarrollo de las orejas, e incluso una reducción de la vista.
El paciente no sufre ninguna modificación de sus cualidades intelectuales y, en general, tiene una inteligencia normal; sin embargo, desde un punto de vista psicológico, los pacientes deben afrontar diversas consecuencias, como depresión y fobia social, debido a las deformidades faciales, lo que disminuye su calidad de vida.
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Los médicos tienen a disposición diferentes maneras para efectuar un diagnóstico: se parte, en primer lugar, de la anamnesis y el examen objetivo del paciente; además, se puede realizar una prueba genética que consiste en la búsqueda de las mutaciones a cargo de los genes críticos y permite localizar cualquier mutación de estos.
Una vez diagnosticado el síndrome, se podrá profundizar en la evaluación de este con otras pruebas diagnósticas, como TAC y rayos X, con el objetivo de delinear más claramente el cuadro clínico del paciente. Asimismo, es posible un diagnóstico prenatal gracias a una prueba genética mediante amniocentesis y análisis de las vellosidades coriónicas.
Esta patología no se puede curar ni prevenir, pero una vez diagnosticada, se puede intervenir con tratamientos quirúrgicos faciales y otros instrumentos para disminuir los síntomas.
La terapia sintomática depende de la gravedad de la enfermedad y puede afectar a una serie de intervenciones de cirugía maxilofacial para curar las deformaciones de paladar, pómulos, nariz, orejas y dientes. Es importante utilizar gafas graduadas en caso de problemas de vista y audífonos para los déficits auditivos, además de recurrir a terapia psicológica para contener las consecuencias depresivas y de fobias debidas a las deformidades.