Ruidos desagradables, sonidos agradables. Ambos pueden ser dañinos.

La Real Academia Española de la Lengua define el ruido, en su primera acepción, como "Sonido inarticulado, por lo general desagradable". Una escueta definición para un fenómeno que tiene tantas connotaciones, que produce efectos desagradables y que puede producir enfermedades, desde sordera a infartos de miocardio. No olvidemos que según un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el exceso de ruido en las ciudades provoca 50.000 infartos cada año en Europa.
Hay otra definición más elaborada, que aparece en el Diccionario panhispánico del español jurídico: "Sonido que molesta o incomoda a los seres humanos o que les produce, o tiene el efecto de producirles, un resultado psicológico o fisiológico adverso".
Pero no todos los ruidos son igual de desagradables. Hay ruidos, que aunque no tengan la intensidad suficiente para lesionar nuestro oído, producen sensaciones muy desagradables. Hablamos por ejemplo del ruido que produce la tiza o las uñas en una pizarra, el tenedor o el cuchillo en un plato, el taladro o la cadena oxidada de un columpio. Lo que comúnmente llamamos "chirrido", extraordinariamente desagradable para nuestros oídos, aunque no produzcan pérdida auditiva.
Por otro lado no debemos olvidar que hay sonidos que pueden resultarnos muy agradables y, sin embargo, ser lesivos para nuestra audición, como la música a elevado volumen, ya sea en un concierto, o en nuestros auriculares.
El peligro reside en que de los primeros ruidos huimos, mientras que disfrutamos demasiado tiempo seguido de los sonidos agradables que nos pueden lesionar los oídos.