El trauma acústico por ruido puede provocar pérdida auditiva y acúfenos. Analicemos qué es y cuál es la mejor manera de gestionarlo. Según varias investigaciones realizadas en los últimos años, el ruido es una de las causas más relevantes de empeoramiento de la calidad de vida. Un informe de la Comisión Europea muestra que el 20% de la población de la Unión Europea está expuesta a niveles de ruido diurnos superiores a 65 decibelios.
Aunque, generalmente, los efectos del ruido sobre las personas se distinguen en auditivos (daños en las estructuras auditivas) y no auditivos (alteración de la calidad de vida, trastornos del sueño, dificultades de concentración, cefaleas, etc.), en realidad sería más correcto realizar una valoración global de la acción del ruido sobre el organismo humano y en la comunidad.
Si bien el daño por ruido crónico en ambiente laboral o no laboral se estudia desde hace tiempo, se han realizado menos investigaciones sobre el daño provocado por los ruidos intensos con una duración de poquísimos segundos (por ejemplo, una explosión). Este tipo de daños son frecuentes cuando se acercan los últimos días del año y durante los primeros días del Año Nuevo, así como también en fiestas mayores de los municipios. Las salas de urgencias de los hospitales están llenas de personas que han sufrido las consecuencias del uso irresponsable de petardos, un elemento casi indispensable en la celebración del Año Nuevo o en verbenas populares. Las explosiones de petardos provocan daños auditivos y, en algunos casos, incluso la perforación del tímpano. Algunos estudios han demostrado que durante la explosión de fuegos artificiales, a 100 metros de distancia, se alcanzan niveles sonoros de 100-115 dB y, para los sonidos de baja frecuencia, de hasta 100-125 dB.
Este tipo de trauma acústico determina una pérdida auditiva neurosensorial con daño a menudo permanente. A la perforación del tímpano y a la pérdida auditiva se puede asociar el acúfeno, síntoma de alteración del sistema auditivo. Después de un trauma acústico las personas pueden desarrollar también un aumento de la susceptibilidad auditiva llamado hiperacusia, con sensación de molestia cuando se oyen sonidos incluso con una intensidad débil.
El diagnóstico de trauma acústico se basa sobre todo en la anamnesis y en la morfología del trazado audiométrico. El examen audiométrico demuestra la presencia de una hipoacusia neurosensorial asimétrica que afecta a una o varias frecuencias del campo auditivo. La destrucción de las células sensoriales acústicas del órgano de Corti es un proceso irreversible, ya que estas células son de tipo perenne y, por lo tanto, no pueden regenerarse ni sustituirse.
El único tratamiento válido y eficaz es la prevención, centrada sobre todo en el sentido común. Se trata de usar fuegos artificiales de baja intensidad sonora, mantener una distancia de seguridad respecto a los fuegos y no recoger petardos que no hayan explotado. Si es imprescindible el espectáculo pirotécnico y la distancia no se puede controlar, la mejor prevención es el uso de protectores acústicos que reduzcan la intensidad sonora que se percibe.
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