
La pérdida auditiva de baja frecuencia, que técnicamente se conoce como hipoacusia de baja frecuencia, es la incapacidad de percibir los sonidos más graves. Esta molestia afecta o impide percibir determinados sonidos, por ejemplo los truenos que suenan lejos, algunas voces masculinas o las notas emitidas por un contrabajo o un trombón. No siempre es fácil diagnosticar la molestia cuando comienzan a surgir los síntomas.
La hipoacusia de baja frecuencia disminuye la capacidad de escuchar los ruidos y los sonidos clasificados como «bajos». Afecta solo a un espectro específico de frecuencias del sonido. Normalmente, clasificamos la altura de un sonido con cuatro categorías, dependiendo de la frecuencia:
Dependiendo del trastorno que se desarrolla, se detectan dificultades a oír las diferentes alturas de los sonidos. Por ejemplo, en caso de hipoacusia de alta frecuencia, se pierde la capacidad de oír el trino de los pájaros y las voces femeninas. En general, cuanto más profunda es la hipoacusia, más dificultades se detectan para oír los sonidos que se acercan a las frecuencias medias.
La Organización Mundial de la Salud considera que las personas que sufren cualquier tipo de hipoacusia son unos 466 millones en todo el mundo y que este número se duplicará en 2050. Debido al fenómeno del envejecimiento de la población que afecta a nuestro país, este número está en constante aumento desde 2012, con una incidencia mayor entre la población masculina.
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La pérdida auditiva de baja frecuencia puede deberse a una hipoacusia transmisiva o neurosensorial. En el primer caso, la causa debe buscarse en una malformación o un daño en el pabellón auricular, el tímpano o los huesos del oído, o una obstrucción del canal debida a la mucosidad o la cera.
En el caso de la hipoacusia neurosensorial, se trata de daños en las células ciliadas en el interior de la cóclea o en las vías nerviosas del oído. Normalmente este tipo de hipoacusia es más grave y está provocado por enfermedades congénitas, traumas acústicos, enfermedades infecciosas o patologías como la osteoesclerosis y el síndrome de Ménière, a la presbiacusia o la degeneración natural de los tejidos auditivos debidos al envejecimiento.
En los ejemplos de patologías antes citados, la hipoacusia de baja frecuencia no es un síntoma exclusivo: a menudo acompaña a otros trastornos y se producen variaciones en su gravedad, reversibilidad y momento en que aparece.
Si, por ejemplo, la pérdida auditiva a las bajas frecuencias se debe al síndrome de Wolfram (una enfermedad endocrina rara relacionada con la diabetes mellitus), esta pérdida se manifiesta normalmente en la primera década de vida, es progresiva e irreversible y anticipa la aparición de la enfermedad propiamente dicha, que se produce en la edad adulta.
En el caso de la enfermedad de Ménière, que afecta de manera específica al oído interno, la pérdida de audición a las frecuencias bajas es un síntoma fluctuante. Por lo tanto, significa que aparece y desaparece en forma de episodios pero, también en este caso, con el tiempo lleva a un deterioro progresivo de la capacidad auditiva.
Es frecuente en los casos de enfermedad congénita como la displasia de Mondini, que afecta a una malformación del oído interno, que la hipoacusia se manifieste en los primeros momentos de vida. En este caso, la pérdida auditiva puede ser profunda desde el principio o puede progresar con el tiempo pero, en cualquier caso, es irreversible.
Si la hipoacusia es imprevista, no existe una edad típica de aparición, dado que las causas no se conocen de manera precisa. La pérdida auditiva se produce en 24-72 horas después de traumas craneales, un estrés fuerte o una infección, entre otras causas. La posibilidad de recuperación total, en este caso, es del 25%.
En general, los casos de hipoacusia neurosensorial son los más graves, profundos e irreversibles, ya que se deben a daños de células y tejidos del oído interno, en especial de la cóclea. Y es justamente el trabajo de la cóclea el que permite a nuestro cuerpo traducir las vibraciones en señales nerviosas para nuestro cerebro. En cualquier caso, un diagnóstico precoz puede ayudar a encontrar tratamientos eficaces para los síntomas, incluida la hipoacusia de baja frecuencia, y las enfermedades que la causan.
Para un diagnóstico de la hipoacusia de baja frecuencias, es necesario someterse a una prueba auditiva realizada por un profesional. Las pruebas, en esta primera fase, sirven para establecer la calidad de los sonidos que consigue percibir el paciente y son fiables para el diagnóstico de una hipoacusia. Dependiendo de los resultados, se aconsejan ulteriores controles para establecer la causa de los síntomas.
Con Gaes se puede solicitar un control del oído gratuito, aconsejado a partir de los 30 años para un diagnóstico precoz de eventuales problemas auditivos.
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La prueba audiométrica tarda pocos minutos y es sencilla, eficaz y no invasiva: se lleva a cabo en una sala insonorizada, se ponen auriculares en los que se escuchan sonidos puros y solo se debe levantar la mano en cuanto se comienzan a percibir los sonidos.
La hipoacusia de baja frecuencia es menos habitual que la de alta frecuencia, por ello es importante efectuar un seguimiento atento de los síntomas, incluso si no parecen preocupantes. En cualquier caso, es mejor excluir la posibilidad de una enfermedad con la ayuda de un médico: si seguir las conversaciones, sobre todo cuando hay ruido de fondo, se hace difícil, es el momento de pedir la ayuda de un experto. La hipoacusia no tratada tiene varias consecuencias que puedan afectar a diversos ámbitos: físico, psicológico y social. Por ello es necesario actuar con rapidez para intentar resolver el problema.
Los audífonos modernos pueden proporcionar una ayuda considerable para las personas que sufren este tipo de pérdida auditiva.