En algunos casos la aparente pérdida auditiva no se debe a un mal funcionamiento de este órgano, sino a alteraciones del sistema nervioso periférico. Es el caso de la neuropatía auditiva, una patología que altera el proceso de interpretación del sonido y provoca una comprensión no correcta de las palabras.
En los pacientes afectados por neuropatía auditiva los sonidos entran con normalidad en el oído interno. El problema es que luego no se realiza correctamente la transmisión de la señal acústica al cerebro.
En la base de esta patología se produce una forma de degeneración o lesión de la cóclea o del sistema nervioso periférico, esto es, de los nervios y las células ciliadas que transmiten la información al sistema nervioso central.
En la práctica se deteriora la codificación temporal de los estímulos sonoros, que se transmiten al nervio auditivo constantemente con retraso, se superponen a las señales inmediatamente anteriores o posteriores y, de esta manera, dificultan la comprensión de los sonidos. Esta patología representa el 10% de los casos de pérdida auditiva.
La neuropatía auditiva suele ser una patología presente desde el nacimiento. Dado que se produce antes de que el paciente aprenda a comunicarse, supone un grave perjuicio para la comprensión del habla y tiene consecuencias en el desarrollo del lenguaje, que tiende a retrasarse.
Por ello, esta patología se incluye entre los problemas del espectro autista, esto es, los trastornos del neurodesarrollo que afectan sobre todo al lenguaje, la comunicación e la interacción social.
Actualmente no se conocen las causas concretas de la neuropatía auditiva. Se cree que el 40% de los casos tiene una base genética.
Algunas situaciones pueden influir en la aparición de esta patología:
Si bien no se ha probado una correlación causa-efecto, en los niños existen numerosos factores que aumentan el riesgo de neuropatía, como la ictericia, el parto prematuro, el bajo peso al nacer o la hipoxia.
Para diagnosticar correctamente la neuropatía auditiva, es necesario realizar una combinación variable de diferentes pruebas, según cada caso específico.
Normalmente, la prueba de respuesta auditiva (ABR) se acompaña de la de las emisiones otoacústicas (OAE), que valora si funcionan correctamente las células ciliadas externas, responsables de la recepción del sonido.
Uno de los principales métodos para diagnosticar un déficit auditivo es la prueba de respuesta auditiva del tronco encefálico (llamada ABR), que sirve para analizar la sensibilidad, la calidad y los tiempos de respuesta de todos los nervios periféricos, también del auditivo.
Este prueba diagnóstica puede realizarse incluso en neonatos, ya que no requiere la colaboración del paciente. Se realiza colocando electrodos en los lóbulos centrales y poniendo un casco a través del cual se transmiten impulsos sonoros a los que corresponde una señal eléctrica.
Si se detecta una hipoacusia neurosensorial, el especialista deberá realizar otras pruebas para conocer el origen de esta y prescribir un tratamiento.
En el niño, es fundamental detectar de forma precoz que existe un problema en el oído para poder poner en marcha rápidamente el tratamiento necesario.
La audiometría comportamental es el conjunto de técnicas que permiten valorar de manera subjetiva las capacidades auditivas de los pacientes más pequeños, observando las variaciones reflejas o voluntarias del comportamiento en presencia de estímulos sonoros.
Estos métodos varían dependiendo de la edad del niño o niña y el nivel de colaboración e interacción. En cualquier caso, el objetivo es siempre el mismo: ofrecer una valoración cuantitativa del umbral auditivo, o, en otras palabras, determinar cuál es el estímulo sonoro de intensidad más baja que el paciente distingue.
Las pruebas diagnósticas por imágenes sirven para localizar las lesiones que originan la neuropatía auditiva, que, en la mayor parte de los casos, se localizan cerca de la cóclea o del sistema nervioso central.
Junto con la valoración de las alteraciones de los potenciales auditivos que no estén justificados por el grado de hipoacusia, los datos obtenidos con esta prueba permiten confirmar de manera fiable la neuropatía. Debido a la amplia variedad de las patologías implicadas, no se consideran definitivos otros instrumentos u observaciones clínicas.
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De momento, los investigadores aún están buscando una terapia específica para la neuropatía.
No existe un consenso entre los profesionales sobre los beneficios que pueden aportar las ayudas auditivas y otras tecnologías recientes. Además, las pruebas actuales no permiten determinar cuál es el mejor tratamiento. Por otra parte, muchos casos de neuropatía auditiva se tratan de forma efectiva con implantes cocleares, formados por una parte que se coloca detrás de la oreja y otra situada debajo de la piel.
Dicho esto, la rehabilitación del oído debe valorarse de manera individual, dependiendo de la fisiopatología en cuestión y gravedad de la pérdida auditiva.
Las células ciliadas, que se dividen en internas y externas, forman parte del órgano de Corti, situado en el interior de nuestro oído. Son receptores sensoriales que se encargan de convertir la información acústica en impulsos nerviosos.
Cuando nacemos, tenemos un gran número de células ciliadas, pero estas no se regeneran. Si se dañan, se reduce en consecuencia la capacidad auditiva, con la consiguiente alteración de la percepción de los sonidos y de la comprensión del lenguaje. En este caso, se habla de hipoacusia neurosensorial.
La neuropatía auditiva infantil es uno de los déficits neurosensoriales más frecuentes que puede limitar la vida de las personas. Para hablar y socializar con un niño sordo se usa sobre todo la lengua de signos.
También los movimientos de los labios también pueden ayudar a entender lo que se dice, pues los pequeños aprenden a leerlos. Por ello, es importante que tanto los docentes como los compañeros de clase pronuncien bien las palabras y acentúen los movimientos de la boca y de la lengua. Es necesaria la colaboración por parte de todos y una sensibilización previa.